Amar el otro lado de la desesperación, HABER ESTADO.
Aún duele el cuerpo como una nada de hélices interminables, cada poro una estrella reventando en los ojos, el firmamento quieto, arde.
Pero yo tengo sed, abandono tu pie subiendo por mi pecho, Tiro tu mano al infinito, renuncio a la luna.
Tiro tus melodías cercando mis oídos, la soledad son estos músculos desmembrándose por crueles laberintos, son los clarines del agua llamándome a tierra.
La soledad son estos labios.
Yo amo este minuto de serpiente y olvido, reniego, como lo haría un loco condenado a tu larga cabellera. Van a pasar siglos desmurallados, inermes, abandono este fuego, este hambre, esta audacia.
La soledad serán tus ojos que ya no llevan tus pequeñas palabras: -pero yo te amaré hasta la pura extinción de los mundos-. Huir, desesperadamente huir sin más murallas que la noche, sin guerras huir, sin banderas huir, sin recoger del cuerpo sus espumas vencidas.
La soledad son estos dedos que no pudieron darte forma.
Es una necesidad compulsiva
de peinar continuamente los cabellos,
tener el gesto oblicuo de descender
por el aceite blanco de las manos,
apoyados en una pared
y separados del tiempo.
No hay preguntas,
nos servimos de la espalda para mostrar
algún signo de cordura
y en su verde tapiz,
quizás la mirada,
la voz,
nuestras propias pupilas
están dilatadas
y todo se haya izado en el aire
intolerablemente.
Todo tal vez está mezclado y permitido,
todo podrido como el tacto de un escorpión
y trepa de súbito por una esquina
y yo sé
que no es una alucinación,
hay algo que se derrite en las fosas
y el aire entra y sale violentamente del escenario
y se va sin cerrar las puertas
ni recoger papeles
ni acomodar las luces.
Como clavo en la espuma
quema el aceite entre las manos,
la evasión es ese gesto de los dedos por el peine
y nos arrodillamos frente a él
como a las equivocaciones
que lo inmortalizaron.
La noche sale
en alguna parte oscura de tu cabeza
como un acontecimiento inesperado
mientras el hambre se mitiga,
la nieve clava un alfiler
en el centro del corazón.
Es como una broma,
no necesito lagos,
en un papel
puedo traer el gesto de los gritos,
de todas formas necesito la mano.
Escribiré sobre una pared,
la voz dirá,
la mentira dirá.
Escribiré que puedo abrir la puerta,
que puedo abrir la,
que puedo la.
Cualquier día, sentada en un renglón,
llegarán hasta mí las palabras omitidas con sus actos secretos,
ya voy a recordar los pies ascendiendo al cadalso,
ya voy a recordar...
verdaderamente he amado la ingravidez del coral,
he amado tus muslos y su fulgor violento,
he devorado tu ausencia como un fiero animal.
He vendido,
traficado,
codiciado,
he permanecido,
he ignorado... he cerrado los puños.
He escrito en tu delgadez
a cerca de las arañas.
Ahora es una mano serpiente,
una algo que se arrastra con la piel en los ojos,
se aferra al golpe que da tu nombre
mientras cae por el espacio.
El espacio, que no es más que un agujero interminable
abierto bajo la alfombra.
Te veo ahora allí tendido en la cima de la tortura,
en la invencible separación...
necesito que el aire se escriba en una frase,
remediar el aspecto envenenado del rostro
en la pureza de un espejo:
¡Repite,
escribe todavía,
no he terminado de escuchar, todo ha sido una prueba! quiero traer aquel día en el que era imposible golpear contra un montón de humo, el frente era un tablero perseguido por una casa.
Y me alzo deliberadamente contra el tiempo,
deliberadamente contra todo lo que se mueve en mi mano,
que ahora,
desencajada y libre,
recoge del suelo
la ropa que dejaste caída.
En el margen,
escribe la mano
un vocablo
oscuro
como un aullido.
Me voy entre las sílabas,
yo sólo sé decir ese punto
que muere en mis brazos.
Y ya no quedan labios con los que perdonar
esa bola de mundo que llevas en la frente,
el fuego dice,
la mano se extravía,
los corredores se desplazan.
Y las reglas son siempre las mismas.
¿Cuánto tiempo he de seguir observándome,
espiándome,
en qué momento dejé los dedos solos sujetando el gatillo?
¿En que lugar inicié, desterré, desenterré?
y sin embargo
nada me pareció tan bello
como esos resplandores de charca,
esas rutas de selva en tu cuerpo,
esas islas ciegas en la llave del sueño.
El tiempo pasa dos veces sustraído de su movilidad,
otra es su combustión,
el tiempo es el testigo,
la escena,
la ola
que provoca esos tráficos en tu boca
y vives hundido en una gruta insalvable
y te comunicas por cuerdas
y todo vibra en el vórtice de las pendientes.
Y te habitan cuchillos que entran y salen
y es la noche con sus juegos de luz,
la existencia es simplemente un mago
que traduce los ecos de los espejos
y el bien y el mal es el azul
con sus pies tan húmedos como tu lengua
que divaga por las constelaciones de la deriva.
Tengo verdadero fervor
por parecerme a esa hora del delirio
cuando los pájaros se destapan
y se abren sus venas voladoras
y son como los estados de alerta de la risa.
Ya no hay planos,
el cascabel del sueño es tu mano
que abrasa continuamente la isla
y el color de la sangre se borra
por la propia vehemencia de la herida,
lo negro rechina en los cerrojos
con las manos quemadas.
Acaso habrá más tiempo
de reparar esos relojes desbaratados,
habrá una mano
para encender las llamas congeladas.
¿Qué es lo que observan los ojos de la serpiente?
esas hogueras que se sumergen
en un escalofrío,
el estrépito de un cuerpo que naufraga
alargando sus huesos como una sombra,
días interminables como jirones de piel.
¿Qué es lo que se olvida después de la perversidad?
todo.
El ojo
se ha vuelto un ciego ciclón,
la noche respira membranas de fango,
la sangre
nos busca
a través de los ojos de la oscuridad
abiertos e insomnes como las tumbas.
Tan sólo esa palabra. Detonante. Una palabra atlántica como una luz inconmensurable arrastrando los ojos,
una semilla besándose en la pólvora,
un disparo y sus labios.
¡No me hables atado a la teoría, no me digas que te surgió como un azar, no me extravíes en redes y agua ni estalles en partículas, ahora que todo es polvo, túnel, infinito sonido! ¡No vengas –venerable y trivial- a perderme entre cuerdas! ¡No te parezcas al tiempo confundido! ¡No te vayas, ahora que todos los gritos tienen dolor de selva y son verdes y mienten!
¿Tenías la palabra en ese espejo en el que te lavabas después de haber besado mucho? ¿La cuidabas para que fuera un himno que te representara? ¿La maldecías, la echabas de tu voz y ella volvía enamorada, frenética, temblando? ¿Acaso la ofrecías, súbitamente, como un escudo? ¡La habrás inferido aquel sonido de corazones! ¡La habrás pronunciado para ausentarte y volver con ella luego incendiándolo todo! Ahora, desde toda la noche, la noche por doquier, desde este infinito de fosforescencias la recuerdo invidente.
Tiene los ojos del vino, la sonrisa del condenado a muerte, hace un nudo en la niebla que me atraviesa y no me oyes.
¡Explícame, dime qué consonante te repite, desde dónde me llamas! ¡Dime quién te sujeta sin tan siquiera darte un nombre, sin ponerte una grieta ni un ala, sin rozarte, sin poder otra cosa que involucrarme con tu voz, que desplomarse sobre mí como un tiro e invadir a preguntas el acto!
Tan sólo una palabra atlántica y brutal llamándome como un útero desquiciado por el perfume de las lilas.